Todos los santos son santos de la caridad, madre y esposa suya. A
quienes la caridad no engendró, la Iglesia no los reconoce como propios.
Quienes no se abandonaron a ella no fueron sino campana que toca o platillos
que aturden. Un santo sin caridad es tan inconcebible como un Dios sin
divinidad y tan monstruoso como un hombre sin humanidad.
Ninguna familia religiosa de la Iglesia puede hacer
alarde de originalidad pregonando que vive la caridad y que está totalmente
entregada a ella. Una institución no se distingue de otras afirmando que tiene
por cometido promover la perfección de la caridad en sus miembros. En este
punto los institutos no hacen sino copiarse unos a otros, puesto que cada cual
define el único e idéntico titulo por el cual se constituye como célula viva de
la Iglesia de los santos.¡Ningún instituto es original en este punto y, no obstante, cada uno revela una faceta peculiar de la caridad! Porque la única caridad, que proviene del único Dios Amor, se convierte en caridad innumerable cuando se vive en múltiples vocaciones. Apegarse amorosamente a la caridad de un santo, para meditar en ella y vivirla, no redunda en menoscabo de los demás santos. Al contrario, engrandece a aquellos, conforme a las leyes desconcertantes del universo de la santidad: la”comunión de los santos”. Palabras veraces son estas de Georges Bernanos, valederas por cierto en el caso de cualquier familia religiosa y su fundador: “Si fuese posible extender una mirada pura y única sobre las obras de Dios, veríamos la Orden de Predicadores como la caridad peculiar de santo Domingo realizándose en el espacio y en el tiempo”.
En ciertas circunstancias apremiantes, que son escenario de aflicciones gravísimas, los santos siempre inventan el mismo gesto. Cuando ya no queda más que una sola cosa por hacer, ellos saben perfectamente cuál es: la hacen y la hacen bien. No se detienen a elucubrar si esos males conciernen o no a su vocación específica, no sopesan tampoco si deben pagar con su propia persona o si conviene reservarse para otras tareas. Llámense Domingo de Guzmán o Vicente de Paul, no saben más que una cosa: allí en la calle los hombres mueren de hambre, esto me concierne y no hallaré descanso hasta que haya hecho por ellos todo lo humanamente posible y divinamente imposible.
El desconsuelo de los pobres había conmovido a Domingo, esta conmoción es algo muy diferente y mucho más profundo que una simple emoción. Eso que conmovió su alma y la lanzó fuera de sí hacia los pobres, es una compasión tan antigua como el Evangelio, herencia que no se transmite por la carne ni la sangre sino por la misericordiosa filiación de la gracia.
La caridad está atenta a las miserias de la hora presente por que las mira con la mirada eterna de Dios.
(Fr.
Alberto M. Besnard, O.P., La compasión de
santo Domingo de Guzmán, Subsidios O.P. 12, Santiago de Chile, 1995,
p.3)
Marie Poussepin es una mujer creyente que responde
desde su fe a la llamada que Dios le hace a vivir las obras de misericordia.
Una mujer que responde a las necesidades de los pobres de su tiempo porque las
conoce gracias a la cercanía, al contacto real con la realidad que la rodea.
Desde niña, guiada por su madre sabe lo que es hacerse útil al otro,
compadecerse del dolor del otro, la caridad es el motor que la mueve a darse
sin medida, buscando de manera creativa y audaz formas nuevas de dignificar a
la persona.
El amor a Dios la guió en todas sus empresas y la
dirigió en todos sus proyectos. Sus empresas a favor de la niñez, de la
juventud y de los enfermos, fueron inspirados por su ardiente deseo de
llevarlos a Dios.
Esa caridad llena de misericordia para con el hombre, que la llevó a aliviar sus necesidades tan oportuna y efectivamente, tenía que estar alimentada por una muy honda vida de amor a Dios, de la intimidad con El, que daba anchura y longitud, altura y profundidad a su caridad con los hermanos.
Marie
Poussepin es para nosotras paradigma de la mujer que sabe mantener el equilibrio
entre el trabajo y la misericordia. Un trabajo para no ser carga para nadie y
que permita solidarizarse con los necesitados.
Su audacia la lleva a crear nuevas maneras para
superar la pobreza, siempre con la prudencia necesaria, asumiendo con
determinación negocios y métodos en la organización social del trabajo. Hoy sin
duda ella sería una mujer a la vanguardia de las ONG, emprendedora en proyectos
solidarios y en la acción social.
Marie
Poussepin trazó un camino nuevo para la mujer y para la religiosa de su tiempo,
mujer fiel a la tradición de la Orden de Santo Domingo pero abierta a nuevas
necesidades
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